domingo, 24 de julio de 2016

EL PRECIO JUSTO ¿DE DÓNDE VIENE?

         Es común por estos días mencionar la frase “Precios Justos”, eso en pleno siglo XXI suscita contradicciones a la hora de esperar o exigir tal cosa, en otras palabras, resulta contradictorio esperar “precios justos” del capitalismo que, en cualquiera de sus formas (salvaje, rentista, rentístico, desarrollado, periférico), siempre tiene por objetivo el lucro.
            En Venezuela se desarrolla una extendida operación de revisión del sector comercio fundamentalmente, ejecutada por diversos organismos del Estado, no es obejto de este trabajo evaluar el desempeño de estos organismos, ni las consecuencias que ha traído en la actuación de la población.
        No obstante, debemos establecer algunas premisas que se desprenden de lo sucedido hasta ahora, y de lo expresado por algunos de los principales dirigentes de la Revolución:
        Primero: los precios que se asumen como “justos” son fijados por los mismos establecimientos requisados. Precisemos un poco, cuando se hacen las inspecciones se verifica el monto que el propio establecimiento tiene en sus archivos y en cuánto por encima de eso se vende al público, por tanto, este valor base que justamente es el llamado precio justo, corresponde a un precio que igualmente reporta ganancias a los capitalistas comerciales. Todo lo anterior permite concluir que los “precios justos” de cumplirse, no constituyen ningún peligro para el capitalismo.
        Segundo: debemos considerar que en el caso venezolano lo que ocurre no corresponde a un desequilibrio accidental entre el sector extractivo (primario, de materias primas), el sector industrial (secundario), y el sector comercial (terciario) como pretenden establecer algunos técnicos económicos. Digamóslo de otra manera, los capitalistas en Venezuela no necesitan “producir” para cumplir con su objetivo central (el lucro), simplemente persiguen drenar la renta hacia sus bolsillos por cualquier vía, y claro está, la expresión política que se corresponde con esta práctica es la toma del poder por los representantes naturales del capitalismo.
            Tercero: la falsa premisa del desequilibrio entre los tres sectores de la economía (primario, secundario, terciario) sirve de base a la propuesta de un pacto económico y político con el capitalismo para que “produzca y distribuya a precios justos”, esto se puede expresar de mil maneras: “hay que estimular el aparato productivo”, otros con un tufo pseudomarxista dicen: “hay que desarrollar las fuerzas productivas”, algunos echan mano de la retórica altisonante y dicen: “necesitamos empresarios patriotas”, se habla además de meter los porcentajes de ganancia en cintura, en pocas palabras, se pretende regular al capitalismo, al que surgió antes de la revolución y al que pretende formarse, siempre al amparo de la renta petrolera.
            Dicho todo esto, veamos un poco de historia, analizaremos a continuación el papel de la Iglesia en la Edad Media, y su intento interesado de regular al capitalismo, incipiente en ese momento y que se manifestaba en el desarrollo del comercio:  
“Después de la caída de Roma, la Iglesia había adquirido cada vez más los caracteres de una institución, aumentando mucho su poder espiritual y material. En la Edad Media se convirtió, en su aspecto secular, en uno de los pilares más importantes de la estructura económica existente. Su propiedad territorial había crecido en tal grado, que la iglesia era el más poderoso de los señores feudales. Pero mientras que los señores feudales temporales estaban dispersos y carecían de lazos de unidad nacional, la iglesia poseía una unidad de doctrina que le daba un poder universal. Esta combinación de poder secular y espiritual tuvo por consecuencia una armonía completa entre las doctrinas de la iglesia y la sociedad feudal. Esta armonía es lo que explica por qué la iglesia podía pretender dirigir todas las relaciones y toda la conducta de los hombres en este mundo y al mismo tiempo dictar los preceptos que los llevarían a su salvación espiritual.”
Además, “las ideas económicas formaban parte de las enseñanzas morales del cristianismo. Pero, sin embargo, el dogma cristiano no fue suficiente. El mundo medieval no podía renunciar a la naturaleza ética de sus doctrinas sin perder su razón de ser espiritual, pero puesto que sus raíces también se hundían en las condiciones económicas de la sociedad feudal, combinó las enseñanzas de los Evangelios y de los primeros Padres de la Iglesia con las de Aristóteles, el filósofo que había atemperado sus opiniones realistas sobre el proceso económico con postulados éticos (...) Los canonistas aceptaron la distinción aristotélica entre la economía natural del hogar y la antinatural de la ciencia del abastecimiento, o sea el arte de ganar dinero. La economía es, para ellos, un cuerpo de leyes, no en el sentido de leyes científicas, sino en el de preceptos morales encaminados a conseguir la buena administración de la actividad económica. La parte de la economía que en la práctica era muy parecida a la que había expuesto Aristóteles, se apoyaba en una base teológica cristiana. Ésta condenaba la avaricia y la codicia y subordinaba el mejoramiento material del individuo a los derechos de sus semejantes, hermanos en Cristo, y a las necesidades de salvación en el otro mundo”.
Como vemos hasta aquí, es un asunto moral, si se quiere ético, de buena administración, el que se porten bien los comerciantes de la época, dicho sea de paso debemos referir que la Iglesia no condenaba “la institución de la propiedad” aunque sí atacan muchas de sus manifestaciones, incluso “se puso en duda todo el fundamento del comercio, al argüir Tertuliano que eliminar la codicia era eliminar la razón de la ganancia y, por lo tanto, la necesidad del comercio. San Agustín temía que el comercio apartáse a los hombres de la búsqueda de Dios; y a principios de la Edad Media era común en la Iglesia la doctrina de que “nullus christianus debet esse mercator”.
Pero indaguemos un poco más:
“… A fines de la Edad Media estas opiniones sobre la propiedad y el comercio se encontraron en diametral oposición con un sistema económico firmemente atrincherado que descansaba en la propiedad privada y con un comercio muy ampliado producido por el crecimiento de las ciudades y la expansión de los mercados. Ante esta nueva situación económica no podía prevalecer la intrasingencia de la Iglesia primitiva…” y así llegamos a las nuevas posiciones de (Santo) Tomás de Aquino de concilio entre el dogma teológico y las nuevas condiciones imperantes desde el punto de vista económico, vemos las características de la nueva situación definida desde la óptica de la Iglesia:
“Respecto a la propiedad, no admitía los derechos ilimitados que concedía el derecho romano, que de nuevo empezaba a privar (*) y así se deslizan sutilmente para definir que “no la institución en sí misma, sino el modo de usarla, es lo que determinaba su bondad o su maldad (…) Era el más allá lo que importaba: la conducta en este mundo tenía que ser juzgada por referencia a la salvación definitiva. Santo Tomás no pretendía que la riqueza no fuese natural y buena en sí misma, sino que la clasificaba entre otras imperfecciones de la vida terrena del hombre, inevitable, pero que debían mejorarse tanto como lo permitiera su propia naturaleza”.
Pero sigamos indagando, de estas premisas expuestas hasta aquí, llegamos finalmente a lo que hoy, casi ocho siglos después, nos parece una meta: “el precio justo”.
“Aunque estaba dispuesto a llegar [Santo Tomás de Aquino] en sus restricciones del derecho de propiedad, hasta el punto de justificar el robo por necesidad, se daba perfecta cuenta de las consecuencias de la posición social en la sociedad feudal. Ordena, por ejemplo, dar limosna, pero sólo hasta el punto en que ello no obligue al dadivoso a vivir en condiciones inferiores a las de su posición social.
De este concepto de la propiedad nace naturalmente una transigencia ante el problema del comercio. Santo Tomás no lo considera bueno ni natural; antes, al contrario, comparte la opinión de Aristóteles de que es antinatural, y añade que implica perder el estado de gracia. Pero era un mal inevitable en un mundo imperfecto, y únicamente podía justificarse si el comerciante buscaba sostener con él su hogar y cuando tenía por objeto beneficiar al país. Las ganancias obtenidas entonces en el comercio no eran sino la recompensa del trabajo. La justificación del comercio dependía asimismo de si el cambio efectuado era justo, es decir, si lo que se había dado y lo que se había recibido tenían igual valor. En este punto Santo Tomás se inspiró de nuevo en Aristóteles, cuyo análisis del valor de cambio está contenido, como hemos visto, en su estudio de la justicia. Pero también tuvo otra fuente. Los primeros Padres de la Iglesia, no obstante su general antipatía por el comercio, tuvieron que hacerle frente a una práctica que condenaban, pero que no podían abolir; y también habían intentado hacerlo formulando el principio del “precio justo”. Era este un precio objetivo, inherente a los valores de las mercancías, y apartarse de él era infringir el código moral.
Es imposible descubrir qué es lo que, a los ojos de los teólogos, determinaba ese precio, ni explicarlo en términos que tengan alguna semejanza con las teorías económicas modernas. San Agustín, en su famoso ejemplo del comprador honrado, sólo dice que, aunque el vendedor ignoraba el valor del manuscrito que vendía, el comprador pagó el “precio justo”. Más tarde, se encuentra algún intento en formular una teoría del “precio justo” en los escritos de Alberto Magno, en una breve alusión desarrolla las ideas de Aristóteles insistiendo en que, idealmente, deben cambiarse mercaderías que supongan la misma cantidad de trabajo y de gasto. También Santo Tomás de Aquino parece haber sustentado una vaga teoría del valor de cambio con base en el costo de producción, la cual revistió igualmente una forma ética. El costo de producción se determinaba por el principio de la justicia, a saber, lo que era necesario para la subsistencia del productor. Sin embargo, la idea del “precio justo” expresaba, en general, poco más que la del precio convencional. Sobre todo, estaba concebido para evitar el enriquecimiento por medio del comercio.”
Pero para concluir nuestra indagación, veamos cuál fue el desenlace:
“Aún así, el avance del comercio fue lo suficientemente rápido para obligar a la Iglesia a retirarse de su posición original. El mismo Santo Tomás había permitido algunas oscilaciones en torno al “precio justo” de acuerdo con las fluctuaciones del mercado; había justificado, en particular, que el vendedor pidiera un precio más alto cuando, de otra manera, sufriría pérdidas. Y otros escritores posteriores formularon nuevas limitaciones. El costo del transporte de las mercancías al mercado, los errores de cálculo y la diferencia de posición de los participantes en el cambio se convirtieron en razones válidas para apartarse del “precio justo”.” (1)

Como vemos, los intentos de la Iglesia por conciliar lo que moral y éticamente decían defender, con el capitalismo incipiente fracasaron, fracasó el intento de regular al capitalismo, de que se porte bien.
Resta establecer algunas premisas para avanzar, que prefiguren a dónde queremos llegar si lo que transitamos es el camino del Socialismo:
En primer lugar, abordar la situación actual desde un discurso que apunte a los mecanismos del capitalismo y no a la buena voluntad de capitalistas patriotas que no existen, ni existirán.
Segundo: En Venezuela la construcción del Socialismo pasa por resolver el dilema ¿qué hacer con la renta? Dilema que tiene dos grandes respuestas: una, la renta se utiliza para apuntalar al capitalismo “productivo” a la par que se intenta mantener el nivel de distribución social de la renta. Dos, se usa la renta para construir una poderosa zona de Propiedad Social de los medios de Producción administrada por el Estado con arreglo a las verdaderas necesidades sociales, suprimiendo las categorías que hacen posible al capitalismo, a través de la eficaz Planificación Centralizada, de una nueva cultura del trabajo (el que transforma la naturaleza, en armonía con ella), todo lo cual redundará en la integración de la sociedad, en la participación verdadera y plena de la población, en una frase, Edificar el Socialismo desde sus bases materiales hasta la cúspide: La Conciencia Social.
(1)  Las citas fueron tomadas del libro “Historia de las Doctrinas Económicas”. Eric Roll. Fondo de Cultura Económica. 2010. Pág. 42-46.
(*) Los romanos crearon tanto una ciencia como un arte del derecho que, en los siglos posteriores, se convirtió en la base de los sistemas legales de numerosos países (…) Del derecho romano provienen análisis de ciertos conceptos como: la naturaleza y significación del dinero, el interés, el dominio del lujo, la teoría de la omnipotencia del Estado, pero además, disociaron el derecho de la religión y fundaron el moderno derecho de propiedad.

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